[Reseña] La casa Ferrer

Estamos ante los inquebrantables restos óseos de una esquirla viviente..., de un subgénero del terror que-a día de hoy-no resulta tan comercial como lo es el gore, el slasher, el horror cósmico... Es un género más decimonónico, en el que las supersticiones y las casas malditas son temas recurrentes.
Esta "categoría" permanece viva en el corazón de la meca del cine actual, por citar un ejemplo: "La Cumbre Escarlata"; es un film característico en donde el mal, la angustia y el odio se hacen palpables entre los cimientos del inmueble.
Pues bien, Javier Herce tiene el placer de presentarnos La Casa Ferrer, el basamento en el que el mal se refugia...

Villaluna es un pequeño pueblo escondido en mitad de la sierra. En una de sus casas vivió un científico obsesionado con la búsqueda de un antídoto para la inmortalidad. En medio de su experimento tuvo la mala suerte de que desapareciese un niño en su hogar y el padre, echándole a él la culpa, se vengase matándolo. Desde entonces extraños sucesos hicieron que se dijera que la casa estaba embrujada y comenzaran a llamarla la casa Ferrer. En la actualidad una periodista escéptica, Nuria, es enviada al pueblo para escribir sobre lo que sucedió y allí conoce a Jonás, que es el único habitante del pueblo que ha estado dentro de esa casa (cuando tenía solo trece años) y que además tuvo allí una experiencia paranormal de la que jamás había hablado con nadie… hasta entonces. Los dos empezarán juntos una investigación descubriendo cosas que la periodista jamás pensó que existieran, dándose cuenta de que la realidad siempre supera a la ficción, en una trama donde nada es lo que parece, donde la muerte cobra vida y el terror intentará que abandonen su misión. Javier Herce, ganador del IX Premio Odisea de literatura, regresa al terror en esta novela de fantasmas, con un ligero guiño a Frankenstein, en la que hay una protagonista absoluta, La casa Ferrer.

En los primeros compases argumentales, se nos presenta un mundo alumbrado por los brumosos ocres acerados de un frío caleidoscopio. Nos referimos a Villaluna, pueblo añejo y sombrío, oteado-desde su montaña-por la mistérica finca Ferrer; hogar maldito, cargado de supersticiones y de subgéneris experimentos hechos por su anfitrión, una especie de genio loco que muere de forma enigmática.
Y aquí aparece Jonás, un pequeño aventurero que se adentrará tras los muros lóbregos del inmueble-nos recuerda a los films ochenteros de "Los Goonies" o a los inquietos "Los Cinco" de Blyton-. Pese a ésto, el autor acaba por renunciar a este planteamiento machacudo y simple, para-y desde una etapa adulta-, encarar la situación, junto a una periodista de investigación llamada Nuria.
Personajes con roles claramente definidos y en constante y delicado "contacto"; de esta manera, la dinámica emocional entre actos, converge con un romance ocasional de atracción mutua.

Toda la trama se cirscuncribe en Villaluna; mas, el puzle de sentimientos entrelazados (humildad, frialdad y soledades...) son planteados de manera artísticamente acompasada.

A su vez, el autor ha querido involucrar-en gran medida-a la protagonista, con efímeras visiones de una entidad femenina residente en el domicilio Ferrer, y que anhela ser ayudada para escapar de su eterna prisión.

La acción es cíclica y secuencial: entrada en la casa, búsqueda de pistas y salida; enlazándose con otras subtramas. En cada nueva visita, Javier Herce ha ido incrementando la tensión argumental con novedosas y avezadas acciones ocurridas u ocasionadas por los protagonistas.

Herce nos ha sorprendido introduciendo técnicas y dictámenes espiritistas-que nos ayudan en la inmersión de lo trascendental y esotérico-, transformando plenamente el final; haciéndolo, un reflejo clásico de relato fantasmagórico. Mientras lo leíamos, se nos venía a la cabeza el esquema utilizado en "Ghost Story" de Peter Straub, en el que se abandona el dilema e inocencias infantiles, para abordar-desde una perspectiva más soez y adulta-, los sucesos extraños y paranormales que se generan en el recinto de una casa.

Javier Herce representa un ejemplo de estilo "adusto", minimalista: exposición de acciones sin recursos estéticos suplérfluos. Emplea frases breves, pero contundentes; generando la debida tensión en los momentos álgidos del relato.